Nuestra Comunidad

Cómo mejorar la comunicación entre padres e hijos

Un repaso a los errores comunes en la comunicación entre padres e hijos, y sus soluciones.

  • Por: NORMA CONDE
  • 21 MAYO 2025 - 05:04 p.m..
  • COMPARTIR
Thumbnail

A veces sentimos que estamos hablando con nuestros hijos... pero no nos entienden. O nos responden con silencios, con enojo, o simplemente se desconectan. Queremos acercarnos, pero algo se rompe en el camino. Y aunque sabemos que comunicarse es clave, nadie nos enseñó cómo hacerlo diferente. 

Hablamos desde el cansancio, damos por hecho que "ya deberían saber", o repetimos frases que escuchamos cuando éramos niños. Sin embargo, aquellas frases llenas de imposiciones que antes eran "efectivas" (efectivas entre comillas, porque venían acompañadas de maltrato de algún tipo), hoy ya no son adecuadas. Además, ¿tratarías o le hablarías como le hablas a tus hijos a otra persona? No, ¿por qué?

Lo bueno es que ahora sabemos que sí es posible comunicarse de otra manera. No para que todo sea perfecto, sino para que el vínculo no se desgaste ni se rompa. Para que lo que queremos decir llegue con claridad desde el cariño.

Lo que más suele fallar... según la etapa

Cada etapa trae desafíos distintos. Lo que funciona con un niño pequeño no sirve igual con un adolescente. Por eso, entender qué suele fallar según la edad nos ayuda a ajustar nuestra forma de comunicarnos y fortalecer el vínculo. 

Veamos algunas de esas dificultades más comunes:

Cuando son pequeños

Cuando nuestros hijos o hijas son más chicos, muchas veces les hablamos como si ya entendieran todo. Les damos órdenes largas, palabras que no comprenden, o les pedimos que se porten "bien" sin explicar qué significa eso. También caemos fácil en las críticas: "¡Siempre haces lo mismo!", "¿Otra vez estás llorando por eso?", "¡Ya basta!". Y lo peor: ni nos damos cuenta.

Otra cosa que pasa mucho es que invalidamos lo que sienten. Si están tristes porque se rompió su juguete favorito, o enojados porque no pueden comer más galletas, solemos responder con frases como "no llores por eso" o "ya, no exageres". Pero para ellos eso sí importa. Y si no los tomamos en serio, les enseñamos a desconectarse de sus emociones.

Cuando ya están más grandes

A medida que crecen, aparecen otros errores. Uno de los más comunes es compararlos: "Tu hermana sí me hace caso", "¿Por qué no puedes ser más como tu primo?". Pensamos que eso los va a motivar, pero en realidad solo los hace sentir menos. También corregimos tanto que parece que nada de lo que hacen está bien.

Si pasamos el día señalando errores y casi nunca reconocemos lo que sí hacen bien, se apagan. A veces un simple "me gustó cómo ayudaste hoy" tiene más efecto que mil regaños. Y cuando hay algo que no va bien, es mejor decir con claridad qué esperamos, y no soltar una lista de reproches.

Cuando llegan a la adolescencia

Aquí la comunicación puede volverse más tensa. Los adolescentes ya no obedecen solo porque sí. Necesitan entender, decidir, equivocarse y volver a intentarlo. Es parte de crecer. Pero muchas veces, como adultos, respondemos con más control, más juicios o simplemente cerramos el diálogo.

Uno de los errores más comunes en esta etapa es no escuchar de verdad. A veces oímos, pero no prestamos atención. Interrumpimos, minimizamos o damos sermones largos que ellos dejan de escuchar a los dos minutos; juzgamos o minimizamos.

También ocurre que pedimos disculpas "a medias": "Bueno, perdón, pero tú también me contestaste mal". Eso no es un perdón. Es trasladar la culpa al otro.

¿Y entonces? ¿Cómo mejoramos el diálogo?

No se trata de encontrar la fórmula perfecta, sino de ir ajustando paso a paso lo que no funciona en su comunicación. Aquí van algunas claves muy concretas:

1. Un momento al día sin interrupciones

Busca al menos un rato cada día para conectar, aunque sean diez minutos. Sin pantallas, sin apuros. Solo estar ahí, escuchando. No hace falta tener una gran charla. A veces con preguntar "¿cómo estuvo tu día?" y quedarse presente, sin juzgar y sin enfadarse, ya es suficiente.

2. Habla con claridad y sin rodeos

Frases como "pórtate bien" o "haz lo correcto" no dicen mucho. Mejor decir exactamente lo que necesitas: "Necesito que hables más bajo porque hay alguien descansando". Entre más claro, menos lugar para enredos. 

3. Reconoce lo que sienten, aunque no estés de acuerdo

Validar no significa ceder. Significa ver al otro. En vez de "no te pongas así", puedes decir "veo que esto te molestó". ¿Quieres contarme?". Solo con eso, el otro ya siente que lo entienden.

4. Corrige la conducta, no la identidad

Decir "eres un desastre" hiere más de lo que ayuda. En cambio, decir "este lugar quedó muy desordenado, ¿te parece si lo arreglamos?" mantiene el respeto y abre espacio a la colaboración.

5. Sé coherente con lo que pides

Si pides que hablen con respeto, muestra respeto tú también. Si dices que algo es importante, que se note en tus acciones. A veces el ejemplo enseña más que cualquier explicación.

6. Cuida el tono

No es lo mismo decir algo molesto con firmeza que gritarlo. El tono puede hacer que un mensaje llegue... o que el otro se cierre por completo. No se trata de hablar con voz suave todo el tiempo, sino de elegir bien cómo decir lo que queremos.

7. Haz pausas si estás muy alterado o alterada

Si estás a punto de hablar desde la rabia, mejor espera. Decir "necesito un momento para calmarme y lo hablamos" es una forma muy asertiva de proteger el vínculo. Volver a conversar cuando la emoción baja suele evitar muchas heridas.

8. Aprende a pedir perdón con sinceridad

No hay que tener siempre la razón, incluso aunque hayamos aprendido eso de nuestros padres o abuelos. Así que, cuando nos equivocamos, reconocerlo enseña más que mil lecciones. Un "perdón, no era la forma de hablarte" puede abrir puertas que creíamos cerradas.



DEJA TU COMENTARIO

MÁS EN LA TARDE

LA TARDE RECOMIENDA