Las diferencias entre valores y principios

Resumen de las diferencias plasmados en la sociedad

No es en absoluto infrecuente que múltiples palabras de nuestro idioma acaben usándose como si fueran conceptos sinónimos, pese a que muchas veces existan matices clave que las diferencian y las dotan de valor distintivo.

Un ejemplo claro de ello lo encontramos en el supuesto de los valores y los principios, pues ambos aluden a guías y heurísticos a través de los cuales todo ser humano se conduce en sociedad.

En el presente artículo ahondaremos en las diferencias entre valores y principios, usando ejemplos de unos y otros con el propósito de clarificar un asunto de gran importancia para entender qué motiva a las personas a actuar y sentir de una determinada manera.

DIFERENCIAS ENTRE VALORES Y PRINCIPIOS

Tanto los valores como los principios resumen conceptos ideales, intangibles, que tienen una estrecha relación con la forma en la que nos sentimos y actuamos.

Todos albergamos en nuestro fuero interno un sistema ético a partir del cual desarrollamos las conductas intra e interpersonales, siendo fundamentales para la comprensión de las metas que forjamos como adecuadas. Y aunque pueda parecer que guardan una relación de equivalencia, lo cierto es que son claramente distintos.

En lo sucesivo procedemos a definir cada uno de ellos, proponiendo ejemplos que faciliten la comprensión de sus diferencias.

VALORES

Los valores tienen una honda carga subjetiva, y delimitan la importancia que cada persona otorga a aspectos concretos de la vida y/o de sus relaciones con los demás. Son, por esta razón, únicos para cada cual. Cuando se lleva a cabo una conducta coherente con ellos, la persona se siente satisfecha; pero cuando no se actúa según lo que proponen, experimenta una intensa desazón afectiva. Son elementos generalmente abstractos, como veremos más adelante, y pueden modificarse con el paso de los años.

Los valores suelen adquirirse desde la más tierna infancia y están imbuidos de tremendas connotaciones sociales y culturales, pues en gran parte dependen del contexto en el que se vive. La educación que proporcionan tanto los padres como el sistema educativo, y también los preceptos que emanan de la religión o del marco legal, pueden tener su influencia en los valores que definitivamente se adoptan como propios. En todo caso no pueden entenderse como leyes universales e inmutables, sino que están sujetos al momento histórico y pueden variar.

Seguidamente reseñamos los más relevantes, resumidos en categorías de tipo general que incluyen los que con frecuencia se presentan juntos en un mismo individuo.

1. INDUSTRIOSIDAD

La industriosidad es un valor que se orienta al ámbito del trabajo y de las relaciones que se establecen en el mismo. Implica la voluntad de desarrollar habilidades y destrezas relevantes en el campo profesional elegido (“ser un buen trabajador”). Las personas que hacen de ella su bastión dedican muchísimo tiempo a las actividades que se relacionan con su puesto, pues consideran que la alta productividad es el cimiento que construye la percepción que albergan sobre sí mismas.

Esta dedicación persigue la búsqueda de la excelencia y está orientada a los logros. La industriosidad implica una motivación hacia la autonomía, pero también trata de establecer relaciones de mutuo crecimiento cuando son provechosas (en términos económicos y/o de adquisición de influencia).

2. SOCIALIZACIÓN Y COLABORACIÓN

La socialización es un valor que implica una motivación concreta por relacionarse con otras personas, y hacerlo honestamente, mostrando lealtad y sentido de la cooperación. Quienes lo ostentan buscan trazar relaciones estrechas y hacer de ellas un vehículo para su desarrollo personal, usando como herramientas básicas el equilibrio y la reciprocidad social. Supone la creencia de que la “unión hace la fuerza”, pero siempre y cuando el resultado de las sinergias resuene en un beneficio compartido.

3. DEDICACIÓN Y AMISTAD

Este valor subsume la voluntad de entregarse a los demás, priorizar el bienestar de quienes rodean a uno y velar por su felicidad. Supone el antagonismo del individualismo y aboga por orientar los esfuerzos a la satisfacción de las necesidades del entorno, más allá de las que son propias.

A este respecto, añade el sentido del altruismo y lo prosocial, pues ambos velan por proporcionar ayuda en situaciones claras de necesidad. Quienes incluyen este valor en su repertorio vivencian desde la compasión las dificultades ajenas, por lo que la empatía es una de sus cualidades centrales.

Es un valor caracterizado por la búsqueda deliberada de la bondad y la amabilidad en las relaciones sociales, por lo que enarbola de forma particularmente poderosa el papel de la amistad y aboga por relaciones en las que no exista atisbo alguno de violencia o coacción. La generosidad, así como el intenso deseo de compartir lo que se tiene o lo que se sabe, son las señales más evidentes de que forma parte del sistema de un ser humano.

4. APERTURA Y OPTIMISMO

Este valor promueve una actitud de apertura ante lo incierto de la vida, y una disposición a aprender de la dificultad que pudiera deparar el futuro. Implica la visión de una existencia centrada en el momento presente, que busca la quietud y la calma como las bases mediante las que construir una estabilidad de la mente y del cuerpo. No implica docilidad ante el azar o las circunstancias sobrevenidas por el destino, sino una posición optimista sobre lo que habrá de suceder.

Este valor supone la búsqueda de emociones positivas y la aceptación de las negativas, que se alzan como experiencias legítimas sujetas a la transitoriedad.

5. CONSTANCIA

La constancia es un valor asociado a la lucha por alcanzar las propias metas a pesar de los impedimentos que pudieran presentarse a lo largo del tiempo, sin cejar en el empeño. Se asocia al sentido de responsabilidad personal, que no de culpa, asumiendo los propios actos como dependientes de la voluntad.

Esta forma de entenderlos dota a la persona de una gran sensación de control sobre sus circunstancias individuales. Esta atribución interna contribuye a mantener vivo el esfuerzo por desarrollar las potencialidades, y también por hacerse cargo de las vivencias internas.

La paciencia es también un componente clave de este valor, entendida como la capacidad de demorar la recepción de recompensas y/o de perseverar activamente en su búsqueda.

6. RESPETO Y EQUILIBRIO

El respeto es un valor consistente en proteger la propia dignidad como ser humano y actuar de igual manera respecto a la de los demás, defendiendo la integridad propia y ajena ante todo intento de humillación o degradación. En este valor se incluye la atención a lo diverso y la consideración de que los derechos o los deberes son comunes a todos por el hecho de existir. Así, se buscaría un equilibrio de base a partir del cual todos seríamos depositarios de un honor incoercible.

PRINCIPIOS

Los principios conectan directamente con los valores, aunque generalmente se traducen en términos mucho más operativos a partir de los cuales podemos evaluar las consecuencias de nuestros propios actos.

Por ejemplo, si uno de los valores sobre los que sustentamos nuestra vida es el respeto, forjaremos principios que se alineen con él, como “tratar a las personas de manera amable y honrada”; mientras que si es la dedicación la que tiene reservada una posición central, consideraremos como válido “no ejercer sobre los demás ninguna forma de violencia”.

Cómo puede apreciarse, se plantean en forma de conductas específicas que permiten actuar en coherencia con los valores que nos guían, considerándose que en la medida en que nos ajustemos a ellas podremos actuar de forma consecuente con lo que juzgamos importante. Por tanto orientan las decisiones sobre lo que consideramos correcto o incorrecto, alzándose como “leyes” que gobiernan la parte de la vida que se despliega en el día a día y que tiene un impacto sobre los demás.

Los principios aluden a aspectos mucho más básicos y universales que los propios valores. Se trata de cuestiones esenciales que forman parte de la naturaleza misma del ser humano, y que contrariamente a lo señalado en cuanto a los valores, conforman un conjunto de reglas compartidas por todas las sociedades (por lo que el individuo no los elige deliberadamente).

Veamos a continuación los grandes principios transversales, cuyo conocimiento profundo es básico para elegir unos valores congruentes con nuestras auténticas metas existenciales.

1. VIDA

El derecho a la vida es un principio universal y compartido por la totalidad de las sociedades humanas organizadas, hasta el punto de que suelen contemplar su potencial vulneración en el sistema jurídico que articula las leyes y las normas que promueven la convivencia. En tal caso se señala explícitamente que el hecho mismo de existir amerita garantías dirigidas a salvaguardar la dignidad, la integridad física o emocional; y la posibilidad de acceder a todas las oportunidades de desarrollo que el tiempo y el lugar permitan (educación, sanidad, etc.).

Este principio es, con absoluta seguridad, el más elemental de todos los que en lo sucesivo se describirán. De uno u otro modo, los demás se encuentran subsumidos en él.

2. BONDAD Y MALDAD

El principio del bien y del mal es un dilema inherente a la condición humana. Sobre él se erige qué es correcto y qué no lo es para una sociedad concreta en un momento dado, y ha sido el escenario en el que tradicionalmente se ha desplegado la religión (aprovechando el espacio sobre el que se construye la emoción y la conducta).

También los aspectos prácticos de la filosofía, como la ética, han buscado una delimitación universal de estos opuestos. Así, ambos extremos de la balanza concurren en todas las culturas, solo que se explican de una manera diferente.

3. HUMANIDAD

El principio de humanidad es aquel mediante el que se distingue a una persona del resto de los animales que pueblan la tierra, asignando a cada una los atributos que la caracterizan como miembro de su extensísima fraternidad. Supone el reconocimiento implícito de aquello que la diferencia del resto; aunque al mismo tiempo atribuyéndole la condición de absoluta equiparación, pertenencia y asimilación.

A todo humano se le reconoce acreedor de la capacidad de razonar, del derecho a buscar la felicidad y de la facultad para expresar su unicidad en el marco de la convivencia.

4. LIBERTAD

La libertad es un principio universal, mediante el que se prevé que cada ser humano pueda desarrollar su máximo potencial y expresar su individualidad sin presiones ni limitaciones. Se asocia a la posibilidad de elegir aquello que se considera apropiado para uno mismo de entre todas las opciones disponibles, en la medida en que se salvaguarden los derechos del resto de personas que pudieran estar implicadas en la decisión. La libertad de vincula también a la responsabilidad de asumir los errores que se deriven de los actos.

Las sociedades humanas pueden reservarse el recurso extraordinario de privar a un sujeto de su libertad en el momento en que comete actos contrarios a cualquiera de los principios que se han descrito hasta el momento, siendo una de las penas más severas que se pueden aplicar.

5. IGUALDAD

El principio de igualdad se fundamenta en la convicción de que todo ser humano, con total independencia del lugar del que provenga, de sus circunstancias o de sus creencias, ostenta una relación simétrica respecto a los demás en lo relativo a los derechos que le amparan y los deberes que se le exigen. Así, de manera vehemente se considera injusto cualquier acto discriminatorio por razón de sexo, apariencia, etnia, orientación sexual, credo o condición de salud.

La igualdad es un principio ideal al que toda la sociedad aspira, aunque no siempre es fácil de alcanzar. Los propios roles que se asignan a unos u otros en función de atributos diversos (sexo, lugar de procedencia, aptitudes, etc.) constriñen las oportunidades de desarrollo siguiendo criterios arbitrarios. La lucha por la igualdad es la sempiterna reclamación de los grupos humanos que se perciben oprimidos o lastimados.