Lamentablemente, todavía a día de hoy hay muchos padres y madres que no dan la suficiente importancia al poder que tienen las palabras. Por lo tanto, no son especialmente cuidadosos con el lenguaje que usan con sus hijos/as.
Algunos consideran que los gritos y los insultos no son perjudiciales porque no suponen una agresión física. Sin embargo, la evidencia científica actual demuestra que todo lo que vivimos en la infancia deja huella. Y, del mismo modo, lo que escuchamos durante los primeros años de vida nos marca.
Para lo bueno y para lo malo, el cerebro humano es plástico, moldeable, especialmente durante la infancia. En este artículo explicamos qué es el abuso verbal y la forma en que altera el desarrollo cerebral. Además, hablamos sobre las consecuencias que esto tiene tanto a corto como a largo plazo. Para finalizar, abordamos la importancia de la prevención.
¿Qué es el abuso verbal?
Podemos encontrar diversas formas de definir el abuso verbal y eso puede generar confusión. Al focalizar en la etapa infantil, podríamos decir que es la dinámica relacional en la que un adulto repetidamente hace uso de las palabras para insultar, herir, humillar y/o amenazar a una criatura.
En esta línea, se incluyen, por supuesto, los constantes gritos, burlas, desprecios, rechazos, comentarios vejatorios y las amenazas de abandono. Este tipo de comunicación por parte de los adultos se vuelve una herramienta de control que mantiene en estado de hiperalerta e indefensión a las criaturas.
El principal problema que nos encontramos con los abusos verbales es que en la mayoría de ocasiones pasan desapercibidos porque culturalmente se tiende a minimizar. Además, como no hay marcas físicas evidentes como sí sucede en el abuso físico, se vuelve más difícil todavía poder identificar o demostrar que esto está sucediendo.
¿Qué pasa en el cerebro cuando hay abuso verbal?
A pesar de que no hay evidencias o secuelas físicas derivadas del abuso verbal, el impacto que genera en el desarrollo de las criaturas es realmente grave. Las investigaciones que se han realizado en el ámbito de la neurociencia han demostrado que el abuso verbal produce un impacto visible en el cerebro.
En el año 2011, se realizó un estudio en el que se observó que los niños y las niñas que recibían insultos por parte de sus padres de forma frecuente tenían aumentada una región cerebral implicada en el procesamiento del lenguaje y la interpretación de los sonidos.
Pese a que se puede considerar que un aumento es sinónimo de mejora, no es así. Se cree que este incremento es el reflejo del sobreesfuerzo que esta región cerebral lleva a cabo para poder adaptarse a un entorno que es hostil a nivel verbal.
Pocos años después, en 2014, se publicó una investigación en la que se descubrió que los adultos que recordaban haber sufrido maltrato emocional durante los primeros años de su vida tenían una menor actividad en una zona relacionada con la regulación emocional, la toma de decisiones y la capacidad de reflexionar sobre uno/ mismo/a.
Estudios más recientes también han encontrado alteraciones en la sustancia blanca, que se encarga de conectar funcionalmente distintas áreas cerebrales. Concretamente, se encontraron daños en las vías relacionadas con el lenguaje, la memoria y la regulación emocional.
Consecuencias emocionales que perduran a largo plazo
Las experiencias adversas vividas en la infancia, tal y como hemos visto, producen cambios en nuestro cerebro. Consecuentemente, tienen un impacto en nuestro desarrollo. Estos cambios cerebrales modulan la forma en la que vemos, interpretamos y nos relacionamos con el mundo.
Los niños y las niñas que sufren abuso verbal y crecen en entornos donde hay gritos, insultos, vejaciones, amenazas, etc., tienen una mayor probabilidad de padecer baja autoestima, ansiedad y depresión. De hecho, la evidencia señala que tienen el doble de riesgo de padecer trastornos del estado de ánimo y de ansiedad.
Estos entornos fomentan la sensación de inseguridad y, por lo tanto, las criaturas viven con miedo y en tensión constante. Como consecuencia, en muchas ocasiones se ven más conductas agresivas e incluso trastornos del comportamiento.
Por si todo esto fuera poco, las heridas emocionales causadas en este tipo de entornos perduran a medio y largo plazo. Esto se traduce en dificultades considerables a nivel individual, pero también a la hora de relacionarse con otras personas.
La importancia de detectar y prevenir
Entornos hostiles a nivel verbal —con gritos, insultos y vejaciones o amenazas repetidas— activan en las criaturas las respuestas de estrés de forma constante. El estrés crónico puede modificar ciertas estructuras cerebrales y, además, producir cambios epigenéticos que pueden incluso transmitirse a las siguientes generaciones.
Pese a que ya hemos comentado que suele ser más difícil de identificar, poder detectar a tiempo que una criatura está sufriendo abuso verbal es crucial. Algunas de las señales que nos pueden alertar de que algo sucede con esa criatura y debemos prestar especial atención son:
Miedo desproporcionado al error.
Híper sensibilidad a las críticas.
Bajo rendimiento escolar.
Aislamiento.
Dificultades en el lenguaje.
Sintomatología física sin explicación médica.
Baja autoestima.
Ansiedad o miedo excesivo —especialmente a algunas personas—.
Tristeza frecuente o llanto sin motivo aparente.
Problemas conductuales, explosiones de ira o agresividad.
Conductas regresivas.
Qué pueden hacer los cuidadores/as
Tener criaturas a cargo puede ser realmente retador a veces. Es comprensible que, por nuestra condición humana, a veces nos desbordemos. Cuando esto sucede de forma esporádica y después se produce una reparación del daño, el impacto no tiene nada que ver con el producido por el abuso verbal.
Es necesario que observemos cómo nos estamos relacionando con nuestros hijos e hijas para poder realizar los cambios que consideremos necesarios. Los insultos, las burlas, los desprecios, las amenazas y los gritos no deberían ser una opción ni siquiera cuando estamos muy enfadados.
Los límites son necesarios en la crianza, pero se pueden poner perfectamente con respeto. Si establecer cambios en las dinámicas resulta muy complejo, es interesante poder pedir ayuda profesional con el objetivo de que toda la unidad familiar esté lo mejor posible.