Paralizados en la frontera esperan un milagro divino

Migrantes que huyen de la violencia y pobreza de Centroamérica confían en que Dios les permita llegar al país de las oportunidades

Con la mirada puesta al norte y el corazón llenas de incertidumbre, familias migrantes viven varadas en la frontera norte de México, aferradas a una esperanza que se diluye entre decisiones políticas y burocracia. Vienen de países como Honduras, Guatemala y El Salvador y del interior del país, huyendo de la violencia, la pobreza o la falta de oportunidades y, aunque no han podido cruzar a Estados Unidos, aún esperan que un cambio en las políticas migratorias les abra una nueva posibilidad.

Uno de estos casos es el de Yanet Cruz, una hondureña de 30 años que lleva nueve meses en territorio mexicano. Huyó de su país con su hija de cuatro años escapando de las amenazas que ponían en riesgo su vida. Durante un tiempo creyó que su camino hacia Estados Unidos ya estaba marcado. "Mi esperanza es que tal vez algún día se vuelva a abrir la posibilidad de poder entrar legalmente a Estados Unidos, confiando en Dios. Yo ya tenía mi cita a través del CBP One y se me canceló. Cuando supe lloré porque ya tenía mi cita para cruzar legalmente. Ahora no sé cuál es el propósito de Dios para cada uno de nosotros que estamos aquí. Por lo pronto, regresar a mi país no es opción; estoy aquí para proteger a mi hija", comparte Yanet con la voz entrecortada. Como ella, muchos migrantes apostaban por el sistema CBP One, una aplicación que les permitía agendar citas para solicitar asilo en territorio estadounidense de forma legal y ordenada. Sin embargo, la suspensión repentina de este mecanismo dejó a miles en un limbo migratorio, sin opciones claras ni una fecha de respuesta.

En medio de esta incertidumbre, el día a día en los albergues fronterizos es sostenido por la solidaridad. Un ejemplo de ello es Elvin Montoya, un chef hondureño de 33 años que ahora cocina para los demás migrantes en el albergue donde vive desde hace siete meses. "Es mi forma de contribuir y agradecer por el techo y la comida. Aquí atendemos a unas 160 familias todos los días. Les damos tres comidas: frijoles, arroz, pasta y, de vez en cuando, cuando Dios provee, pollo o carne", explica Elvin, quien se encuentra en la cocina comunitaria. "No alcancé a registrarme en el CBP One, estaba en trámites. Ahora me toca esperar. No tengo opción de regresar a Honduras".

A unos pasos de ahí se encuentra Nancy López, originaria de Guatemala. Tiene 25 años y llegó hace ocho meses y medio junto a su esposo, con la esperanza de cruzar legalmente hacia EE.UU. "Se canceló el CBP One, pero creemos en Dios y tenemos la esperanza de que se vuelva a abrir. Para Él no hay imposibles. Tenemos fe de cumplir el sueño americano", dice mientras carga una mochila pequeña con pertenencias esenciales.

En una visita al albergue, la vida cotidiana continúa, a pesar de la espera. Niños corren y juegan entre los pasillos; un pastor ora con un grupo de adultos y después comparten alimentos, en lo que se ha convertido una rutina de resistencia y fe. Allí dentro se respira una mezcla de esperanza, tristeza y dignidad.

Este escenario se repite a lo largo de la frontera norte, donde miles de migrantes viven entre la espera y el anhelo, mientras el sueño americano se mantiene como un faro lejano, aún sin fecha para encenderse de nuevo.

Elvin Montoya, un chef hondureño de 33 años.

Yanet Cruz, una hondureña de 30 años, lleva nueve meses en territorio mexicano junto con su hija.

Nancy López, originaria de Guatemala, de 25 años, llegó hace ocho meses y medio junto a su esposo.