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Diálogo con el narco, propone el episcopado

Con el argumento de que “sin diálogo no puede haber paz”, la propuesta eclesiástica surge justamente en el estado de Guerrero, uno de los más violentos del país

  • Por: RODRIGO VERA / PROCESO
  • 04 ABRIL 2016 - 09:52 a.m..
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Ciudad de México

Salvador Rangel Mendoza, principal impulsor de este “diálogo” y obispo de la convulsionada diócesis de Chilpancingo-Chilapa, comenta: “La Iglesia siempre ha promovido el diálogo, porque sin diálogo no puede haber paz. Por eso es necesario dialogar con la gente que se dedica al narcotráfico, pero sin hacer ninguna concesión. ¡Dialogar, no pactar! Eso que quede claro; con ellos no se debe pactar, pero sí llegar a ciertos arreglos”.

–¿Cuál sería el objetivo del diálogo? ¿Qué arreglos se pretenden? –pregunta el reportero.

–Sobre todo evitar tantos asesinatos, secuestros, extorsiones y demás atropellos. Algunos se preguntarán, escandalizados: ¿cómo es posible sentar en la misma mesa a Dios con el diablo? Pero es necesario hablar para detener este terrible baño de sangre, sobre todo de gente inocente. ¿Cómo puedo ponerme en paz con mi enemigo si ni siquiera podemos vernos la cara? Ya basta, pongámonos a dialogar, no somos mudos.

Mendoza es un franciscano con amplia experiencia en zonas de conflicto; durante siete años realizó labor pastoral en Israel, “entre muertes, bombardeos, explosiones de minas personales, ataques aéreos y todas las demás atrocidades que una guerra implica”. Y hace apenas siete meses que el Papa Francisco lo envió como titular a la diócesis de Chilpancingo-Chilapa para que ahí aplique su experiencia como pacificador.

Rangel acota: “La promoción de la paz es el carácter de la orden religiosa a la que pertenezco. Su fundador, San Francisco, decía: ‘Señor, donde haya odio ponga yo amor’. Y es lo que ahora estoy intentando hacer en la diócesis”.

Por lo pronto, ya pudo comprobar que en Guerrero las fuerzas gubernamentales poco pueden hacer contra el crimen organizado.

Asegura: “El Ejército y la policía estatal sólo están para decorar las carreteras. Se ponen, por ejemplo, para que se sientan seguros los turistas, en la Autopista del Sol que va rumbo a Acapulco, o bien yendo a Chilapa o en otras carreteras principales. Pero no hacen una labor más profunda, más de tierra, yendo a los lugares intrincados. Ahí no se meten… Los vigilados son más bien los soldados y los policías…”

EL TEMA DE LA AMAPOLA

También le ha tocado comprobar que algunas zonas del territorio de su diócesis, y de Guerrero, están bajo el control de los cárteles de la droga, sobre todo porque en ellas se cultiva la amapola. Dice:

“Esos territorios son gobernados por los narcos. Y me deja admirado que ahí no hay asesinatos, secuestros, levantones ni extorsiones. Incluso a los jóvenes no se les permite drogarse, aunque ellos tampoco pueden hacerlo con el opio que sacan de la amapola que cultivan, pues necesita primero procesarse. Un párroco me comentaba que incluso cuando hay algún borrachito tirado en la calle, ellos mismos lo recogen y se lo llevan a algún centro de rehabilitación.

“En la sierra, allá por Tlacotepec y por Yextla, la gente me dice: ‘Nosotros apoyamos a los narcos porque ellos nos cuidan. Hasta podemos caminar muy seguros por las noches’. Pero la violencia llega a esos lugares cuando se los disputan los distintos grupos de narcotraficantes. La mayoría de los asesinatos se dan durante esos choques y ajustes de cuentas entre un grupo y otro.”

–¿Qué zonas ha detectado usted que están controladas por el narco?

–Aparte de Tlacotepec y Yextla, está la zona de Mochitlán. También las de Colo-tlipa y de Chichihualco. Y ni se diga por el rumbo de Iguala y Teloloapan, donde se dio una guerra de los grupos locales contra La Familia Michoacana y Los Caballeros Templarios, a quienes echaron para afuera y ahora éstos pelean los territorios de Ciudad Altamirano y Arcelia.

“En Chilapa, todavía hace un mes había enfrentamientos entre dos grupos. Uno logró desplazar a otro a Zitlala, como 30 kilómetros más adelante. Por ese motivo, ahora la situación en la zona de Chilapa está más tranquila.”

En sus recorridos pastorales el franciscano también ha convivido en zonas apartadas con los campesinos que cultivan la amapola, sobre quienes dice: “Viven en la marginación y en condiciones muy precarias. Parecen animalitos encerrados, no pueden salir. Muchos trabajan recogiendo la goma de opio, que al contacto con el aire se hace negra y les mancha las manos, haciéndoles que se les caigan las uñas. Trabajan en la amapola porque no tienen otra opción. Es su único medio de sobrevivencia.

“Aquí surge un gran dilema: si se arrasa con los campos de amapola, entonces ¿de qué va a vivir esa pobre gente? Téngalo por seguro que si eso ocurre, entonces se daría un estallido social. Creo que este es uno de los motivos por los que la autoridad no destruye esos campos. ¿Usted cree que no existen acuerdos cupulares para que se siga sembrando la amapola? Esos cultivos son acaparados por los grandes narcotraficantes. Y el Ejército y la policía no se meten en esos territorios”.

–¿La Iglesia considera entonces que debe legalizarse ese cultivo para que los campesinos puedan sobrevivir?

–¡No! ¡Tampoco! No vamos a bendecir los campos de amapola. Nuestra postura es que estos campesinos tengan otras herramientas para poder sobrevivir, que tengan acceso a la educación, a mejores medios de comunicación y a otras fuentes de trabajo. Y mientras tanto, que sus cultivos de amapola se utilicen para fines medicinales. Por eso también es importante dialogar con la gente dedicada a comercializarla.

“Los obispos de Guerrero hemos platicado el asunto con el gobernador. Y estamos de acuerdo en darle fines médicos a la siembra de amapola. La famosa heroína, producto de la goma de opio, tiene ese nombre porque era considerada la ‘medicina heroica’ que resolvía muchos males. Los grandes laboratorios la utilizaban como medicina. Hay que acordar con los laboratorios para que siga teniendo este uso”, dice.

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