Mi Reynosa

Madres esquizofrénicas, la mente es sólo un caracol que se esconde

La crueldad de las voces, la tortura de convivir con gente que no existe, la angustia de no encontrar cómo aferrarse a la realidad, la sensación de acoso, el estigma social. Qué más podría sumarse a la vida de las enfermas con esquizofrenia. La respuesta es simple: la violación de sus derechos sexuales y reproductivos.

  • Por: EMEEQUIS
  • 24 NOVIEMBRE 2015 - .
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Las únicas voces que escucha a sus espaldas ahora son las risas del personal médico al que le resulta extraño encontrar una persona con esquizofrenia.

ESTERILIZACIONES FORZADAS

La tortura, las voces, la angustia de no encontrar cómo aferrarse a la realidad, la sensación extrema de acoso, la desconfianza de vivir, el estigma social. Qué más podría sumarse a la vida de las enfermas con esquizofrenia.

Priscila Rodríguez, directora de la Iniciativa para los Derechos de las Mujeres de Disability Rights International (DRI), tiene una respuesta: la negación de sus derechos sexuales y reproductivos.

En colaboración con las mujeres que integran el colectivo Chuhcan, Priscila elaboró el único intento en más de una década para evidenciar la violación de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres con alguna enfermedad mental.

Desde que reciben su diagnóstico, explica, las mujeres son bombardeadas con discursos sobre su incapacidad para reproducirse. Terminan aceptándolo y cancelan todo proyecto para formar una familia.

Del estudio Abusos y negación de derechos sexuales y reproductivos a mujeres con discapacidad psicosocial en México, extrae algunas cifras ilustrativas:

• Casi 30 por ciento de las mujeres dijeron haber sido presionadas por médicos y familiares para abortar o dar en adopción a su hijo.

• A 74 por ciento de las encuestadas se les negó el acceso a un ginecólogo.

• Más de 56 por ciento ha sufrido algún abuso en la consulta con el especialista;en su mayoría de tipo sexual y emocional.

• Estas mujeres son incapaces de denunciar alguna violación a sus derechos porque 65 por ciento de ellas los desconocen.

Más grave que esas violaciones, según el estudio, es que en México se continúa esterilizando de manera forzada o administrando anticonceptivos orales sin consentimiento a mujeres con discapacidad psicosocial, privándolas del control de su salud reproductiva.

Al analizar los principales hospitales psiquiátricos de la ciudad, la especialista encontró que la familia o especialistas de la salud han practicado un procedimiento de esterilización forzada y anticoncepción a 42 por ciento de las mujeres entrevistadas.

De hecho, muchas de las pacientes que formaron parte del estudio se enteraron de que se les practicó una cirugía hasta años después.

Para Priscila Rodríguez esos números son sólo un pequeño trozo de evidencia de cómo la sociedad y las instituciones consideran que violar los derechos sexuales y reproductivos de las personas con discapacidad es algo normal y natural.

La esterilización y la anticoncepción forzadas, destaca el documento, han sido practicadas de manera cotidiana. Por ejemplo, en lugares como la Casa Esperanza para Débiles Mentales de la Ciudad de México, donde se alberga a menores con discapacidad remitidos por el DIF, encontraron que la mayoría de las niñas internadas habían sido esterilizadas.

El director de esa casa mencionó a las autoras que estaba tramitando la autorización del DIF o de las familias para esterilizar a todas las niñas que están en la institución.

Ante ello, el Colectivo interpuso una denuncia ante a la ONU y el caso está en investigación.

Y aunque existen muchos casos similares, el silencio casi siempre triunfa cuando una mujer con esquizofrenia intenta denunciar alguna vejación.

* * *

Laura despierta y lo primero que hace es preguntar por sus hijos. Ha dormido 20 horas de un tirón. Son las tres de la tarde y los medicamentos por fin ceden un poco de control a su cuerpo. Los restos de comida agria, el techo de lámina con agujeros, la ropa apelmazada a su alrededor, le recuerdan el abandono en el que vive.

¿Dónde están mis hijos?

La figura de Laura es pequeña, robusta. Unos dedos hinchados, dos ojeras violáceas, que capturan la luz amarillenta y opaca de un foco.

Su marido no está cerca para ayudarla, debe haber ido al trabajo. Ni rastro de los dos niños, tampoco la niña aparece por ningún lado; quizá estén en la escuela o jueguen en la calle. Laura calcula que todos llegarán pronto, pero por ahora el silencio reina en la casa. En la mesa hay unas cuantas tortillas para que coman. También leche, leche en polvo. Les doy un vaso, dice y vuelve a reír y a ruborizarse como una niña, como si no tuviera ya 35 años.

Comienza a sentir la cabeza caliente, un escalofrío le recorre la espina y de su frente brotan perlas de sudor. Una agitación similar la invadió hace tres meses y provocó que la refundieran en el hospital.

Las únicas ocasiones en que Laura ha salido de su casa en los últimos cuatro años han sido para ser internada en el hospital psiquiátrico Fray Bernardino de Sahagún. La más reciente ocasión la mantuvieron amarrada y sedada durante cuatro semanas debido a sus intentos de suicidio.

Han pasado dos días apenas desde que la dieron de alta; sus recuerdos son todavía recortes sin sentido, escenas sueltas e irregulares. Como si se asomara a un abismo repentino, recuerda que sus hijos están con su esposo, de quien se divorció hace años.

Por eso no hay nadie en casa, balbucea en un tono apagado.

Sus ojos se quedan fijos en la mesa del comedor. Dos escombros humeantes. Enfrente de ellos hay una receta médica y varias cajas de medicamentos: Haloperidol, Clonazepam, Biperideno, Valproato de Magnesio. Son las pastillas que la mantienen tranquila, pero reunir los más de 700 pesos al mes que cuesta su tratamiento no es sencillo; el dinero, como la cordura, siempre falta en algún momento.

Casi es hora de su siguiente dosis. Desde que los doctores le informaron que padecía esquizofrenia, Laura aceptó los fármacos, los meses de internado, las camas con correas, como parte de su vida. Pero cuando le dijeron que no debía tener hijos, no quiso escuchar. Aunque le prometieron que la esterilización la ayudaría a curarse, no quiso escuchar.

Sus palabras se atropellan, intenta explicar ese laberinto de versiones de sí misma en la que vive. Que su esposo se fue al trabajo, que si volverá con un regalo o quizá se despidió para siempre. Que si sus hijos están en la calle, volando papalotes. Que si abogados se los llevaron. Que quizá no volverán. Que no tardan en llegar de la escuela y que a veces escucha sus risas afuera de su cuarto. Que la niña debe estar pintando un hada delgada, así, bonita, con un vestido de noche oscuro, como le gustan a su mamá.

Aunque la operación se la realizaron cuando tenía 24 años, ella aún no despierta de su negación. Empequeñecida, en su cama, espera la llegada de una familia que no existe pero que se ha convertido en un delirio recurrente.

* * *

DISCAPACITADA, EMPODERADA Y CONGRUENTE

Natalia Santos también sabe lo que se siente cuando las voces taladran la mente y las alucinaciones laceran los recuerdos. Sin embargo, ella logró controlarlos como pocos pacientes con esquizofrenia lo han conseguido.

Por eso los doctores la ven con curiosidad cuando Natalia se planta frente a los pacientes psiquiátricos para hablarles sobre derechos sexuales y reproductivos. Las únicas voces que escucha a sus espaldas ahora son las risas del personal médico al que le resulta extraño encontrar una persona con esquizofrenia, pero empoderada y congruente.

Para el resto del mundo también lo es. Aún más cuando en su currículum sobresale que es activista social, conductora de un programa de radio sobre salud mental y la única oradora con esquizofrenia frente a la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de la ONU.  Por eso no le extraña que después de sus pláticas, los doctores la detengan para realizarle estudios y entender cómo llegó a ser tan “normal”.

Natalia es directora del Programa para Mujeres del colectivo Chuhcan, formado por personas con alguna discapacidad psicosocial, principalmente esquizofrenia. En sus pláticas y sesiones para personas con sus mismas condiciones, lucha para crear conciencia sobre sus derechos.

Desea derribar los prejuicios que los encasillan como personas asexuales, dependientes, incapaces de criar hijos y de tomar decisiones adecuadas con respecto a su sexualidad y reproducción.

La ignorancia alrededor de la esquizofrenia ha provocado tragedias: esterilizaciones a mujeres de forma coercitiva y con información errónea. Las pocas mujeres que optan por tener hijos, lo ha constatado, se enfrentan a la ausencia de apoyos médicos y al constante señalamiento.

Heredar la locura a los hijos, es un riesgo que siempre se les reprochará haber corrido.

Las historias de sus 19 compañeras en el colectivo y su experiencia personal han impulsado a Natalia para demostrar con contundencia que con ajustes adecuados en su medicación, los esquizofrénicos tienen capacidad y derecho para desempeñar roles en la sociedad en igualdad de condiciones con los demás, incluso el de padres o madres.

Si la enfermedad es hereditaria es irrelevante para ellas, es una cuestión de derechos y no de genética.

Se indigna Natalia: “Hay enfermedades como la diabetes, el hipertiroidismo, la hipertensión, algunos tipos de cáncer y varios síndromes que son congénitos, pero ahí nadie está impidiendo que pacientes con esas enfermedades tenga familia o hijos”.

* * *

Isabel Cancino es la mejor amiga de Laura desde hace 13 años y por fin la encontró luego de muchos meses de preguntar por ella. Había perdido su rastro entre sus constantes entradas y salidas del psiquiátrico. Después de su visita no puede evitar sentir angustia por el estado diezmado en que se encuentra Laura.

Se conocieron en la Asociación de Familiares y Amigos de Pacientes Esquizofrénicos (AFAPE), donde tomaban clases de pintura y compartían experiencias sobre su enfermedad. Ambas eran ejemplos de pacientes estables y activas.

Si hay algo que deben saber de Laura, dice Isabel Cancino, es que no siempre fue esa mujer difusa que habla entre bruma y confusión. “Era muy alegre, bromista, ingeniosa y con una visión del mundo particular que sólo te da la esquizofrenia en dosis medidas y soportables”.

Laura tenía 20 años cuando comenzó con los síntomas de la enfermedad y perdió su trabajo en un supermercado. Después, fue víctima de violación por parte de su tío, quien también padece esquizofrenia y vive en la misma casa. Sus padres no querían que su hija resultara embarazada si volvía a ser agredida; la esterilizaron y la encerraron.

Isabel Cancino ha luchado, por su parte, por mantener la estabilidad de su discapacidad, estudia medicina alternativa, se vincula con su familia y su comunidad. Los caminos de ambas han sido muy diferentes, aunque hace unos años eran tan parecidas.

Una oquedad se va abriendo en el pecho de Isabel Cancino cuando se despide de su amiga. Afuera, en el Barrio de Santa Catarina, a pocos pasos del corazón de Coyoacán, se detiene a tomar aliento. Laura, su gran amiga, es ahora la viva imagen de todos los caminos que llevan al desamparo. Un recorrido por los estigmas que pesan sobre ellas y su enfermedad.

“¿Sabes lo difícil que es pelear por tus derechos cuando no hacen más que sedarte? ¿Sabes las miles de formas en que tu vida puede quedar vacía y sin sentido? ¿Te das cuenta de cómo terminamos siendo siempre un juguete de lo incierto?”, pregunta sin esperar una respuesta.

Si hay algo que deben saber de Laura es que Laura no es su verdadero nombre.

Isabel pidió su anonimato para que los padres de su amiga no le impidan la entrada cuando vaya a visitarla.


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