Qué pex

Profesión: Yolanda

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Ver a Raúl de los Santos maquillarse es presenciar un desastre. Con cada nueva plasta de pintura su rostro se arruina un poco más. A este bailarín de danza contemporánea le basta media hora para convertirse en una mujer grotesca| de gruesos labios y exagerados gestos. Hasta hace unas semanas| Raúl recibía un pago mensual en La Purísima| un antro gay sui generis del Centro Histórico de la Ciudad de México. Su trabajo consistía en caminar entre vidrios rotos con tacones altos| vestido de mujer| y bailar hasta la madrugada para entretener a los borrachos con su actitud carismática y hosca al mismo tiempo.



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  • 22 SEPTIEMBRE 2014 - 06:00 a.m..
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—La gente me dice que soy una drag queen, pero no me engaño: soy un hombre con peluca —dice antes de soltar una risa aguda mientras pinta de negro uno de sus dientes—. En mi vida real yo soy homosexual, pero nunca quise ser mujer. Lo que hago es un espectáculo. Teatro. Nada más.
Nada más, dice. Pero hay que verlo. Cada fin de semana, Raúl cede su cuerpo a un personaje que se ha apoderado de él: Yolanda, “una chica fea y, sobre todo, tonta, tonta, muy tonta”. Cuesta creer que el joven inseguro y de voz quebradiza se transforme tan rápidamente en esta mujer capaz de abrirse paso entre empujones e insultos de borrachos y gente que le arroja cerveza en el vestido, para subir a la barra a realizar un baile extraño, de pocos movimientos, tan pocos que a veces se queda completa- mente inmóvil, con una mueca horrible en la cara.
En menos de un año, Raúl pasó de bailar danza contemporánea en la seguridad de un teatro a hacerlo en una barra de cantinero. “Me aburrió esta grandilocuencia del arte y los escenarios. O sea, los bailarines pensamos que la única opción para sobrevivir es formar un colectivo o ganar una beca. ¡Qué hueva! Creo que hay más posibilidades”.
Y si la vida nocturna es difícil, la vida nocturna gay puede ser una pesadilla. A veces, cuando Yolanda es empujada fuera de la barra o cuando otros travestis llevan huevos para romperlos en su peluca, Raúl recuerda su infancia, cuando en el kínder los de su edad lo veían raro por juntarse con las niñas y jugar con muñecas.
—Tú no decides ser señalado. Antes de saber que eres maricón, los otros ya te lo hicieron saber. Ahora veo a las bufadoras, estas jotas que siempre buscan insultarte en tu cara, y claro, entiendo su búsqueda de protagonismo: como homosexual creces segregado, cuando tienes chance de ser quien realmente eres, lo quieres ser en grande. Ah, entonces llega Yolanda a decirles: yo soy fea, tonta , me pagan por esto y soy el centro de atención, ¡la reina de la noche! Claro que me quieren matar.
Yolanda nació como una broma. Para su cumpleaños número 25, Raúl organizó una “fiesta de vestidas” con varios de sus amigos en la Sacristía, el primer piso de La Purísima. El éxito fue tanto que Raúl fue contratado como organizador de fiestas y, en unos meses, como hostess del Festival Internacional de Cabaret. Entre una fiesta y otra, se volvió el bailarín oficial de La Purísima. Mientras Yolanda se divertía, Raúl comprobaba cada noche que la homosexualidad no cura la estupidez ni la intolerancia.
El único mérito de Yolanda es ése. Además de ser horrible y no saber maquillarse, Yolanda a veces usa frenos dentales, o luce una enorme barriga de embarazada, o muestra unos calzones manchados de sangre menstrual.
Aunque estas inocentes provocaciones divierten a la mayoría, siempre hay algún homosexual que se siente agraviado y que muestra al macho, al intolerante o —cuando Yolanda se viste de monja— al fanático religioso que lleva dentro.
—Nos sentimos atacados por no encajar en la sociedad, pero queremos ser bonitos, rubios, delgados, tener narices perfectas: todo lo que vemos en la tele. Es muy feo. Hemos aprendido a desear justo ese estereotipo y esa imagen que nos rechaza.
Enfrentar tabúes no es fácil, sobre todo cuando se hace durante tres noches seguidas, sobre tacones de 10 centímetros de alto. Cuando Yolanda se quita el vestido, se desmaquilla y vuelve a ser Raúl, ese bailarín inseguro de voz quebradiza, no puede evitar deprimirse. A pesar de todo, en una buena noche Yolanda puede besar a los tipos más guapos de un antro, vivir la fiesta como nunca, rozar las alturas. Raúl, en cambio, ya no recuerda cuánto tiempo lleva sin pareja. Entonces comienza a resentir los golpes, el cansancio en las piernas. Yolanda no sabe de eso. Yolanda es la estrella, no sufre nunca.
—Es algo casi esquizofrénico —dice con una voz casi tragicómica—. Porque Yolanda vive, pero Raúl sobrevive. Desde que empecé con esto jamás he repetido un vestuario. Invierto unos 600 pesos a la semana en vestidos de segunda mano y accesorios para ella. En cambio, hace casi un año que Raúl no se compra un pantalón. Pedí un aumento en La Purísima para sustentar esos gastos. No me lo dieron y renuncié. Por culpa de Yolanda, ahora Raúl también está desempleado. (Emeequis)



 

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