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Tuvo Mario Quintero una infancia feliz



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  • 09 AGOSTO 2014 - 06:00 a.m..
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De niño sus juegos eran el trompo y las canicas. Aunque había carencias en la familia, Mario Quintero, vocalista de Los Tucanes de Tijuana, tuvo una infancia feliz.
A los 7 años, el originario de Las Huacapas, Sinaloa, ayudaba a su padre a alimentar los marranos que tenía en engorda para después venderlos.
Siempre supo que lo suyo era la música, por eso tuvo que dejar el rancho y a sus padres, don Agustín y a doña Macaria.
“Yo llegué a los 12 años a Tijuana para hacer la secundaria porque en el rancho donde nací sólo había primaria”, comenta el líder del grupo.
“Mi intención siempre fue ser músico, pero les dije a mis papás que me vine a estudiar a casa de mis tíos”.
Mientras cursaba la secundaria, Mario se dio cuenta que tenía habilidades para escribir, pues en clase era el primero que terminaba estrofas cuando lo solicitaba el maestro.
Siendo un adolescente, “El Gordo” –como apodaba su familia al músico– supo lo que era trabajar.
Fue ayudante de albañil, también construía fosas sépticas, fue velador de un yonque y trabajó en una maquiladora.
“Honestamente no me gustaba la escuela, a los 13 o 14 años fui ayudante de albañil con un primo porque yo quería vivir solo y un día una tía me dijo que construyera mi cuartito, medía 2 x 2, nada más cabía yo y una litera”, recuerda.
Aunque tuvo varios oficios, Mario nunca se olvidó de la música, pues ésa era su meta.
“Empecé a trabajar en la maquiladora a los 15 años, pero como daban trabajo hasta los 16, metí el acta de un primo mío que era dos años mayor que yo, en ese tiempo yo ya sabía tocar la guitarra y el bajosexto, cuando cumplí los 16 le dije al supervisor, ‘yo no me llamo Javier, me llamo Mario Quintero’, quiero los papeles a mi nombre en la fábrica, pues quería que me dieran seguro social”.
A la par con su trabajo en la fábrica, Mario tocaba en una cantina, en donde para que lo dejaran entrar, pues no tenía la mayoría de edad, se dejaba la barba y el bigote.
“Tocaba mi tandita y me sacaban de la cantina, me encerraba en la camioneta, a la hora de la siguiente tanda, me volvía a meter
a la cantina, para mí era muy difícil porque a la cantina iba de las 9 de la noche a las 3 de la mañana y luego entraba a la fábrica a las 7, me llevaba una friega”.
Tras el desgaste físico que sufría por las jornadas de trabajo, un día Mario les propuso a sus compañeros de grupo dejar sus otros empleos y dedicarse de tiempo completo a Los Tucanes de Tijuana. (México, D.F. / Reforma).

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