Mi Reynosa

Abandonan pueblos

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Quedarse es quizá tan doloroso como irse.



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  • 20 ENERO 2014 - 06:00 a.m..
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A la lucha por sobrevivir en la pobreza, los familiares de migrantes suman la violencia que azota a sus comunidades, la falta de apoyos y el abandono.
Si tienen suerte, sus hijos o esposos regresan año con año. De ser así, es motivo de celebración. De lo contrario, sobreviven en sus desoladas comunidades sin ayuda de autoridades.
Datos del Inegi revelan que, en México, existen más de 5 millones de casas abandonadas.
Así, varias comunidades de dos de los estados más expulsores del País --Puebla y Zacatecas-- parecen salidas de la pluma del escritor Juan Rulfo.
En este último Estado, se calculan mil 200 comunidades de 45 municipios en condiciones de despoblamiento extremo, según estimaciones de la Universidad Autónoma de Zacatecas.
En Puebla, la situación no es muy distinta. Según datos del Instituto Nacional de Migración, cerca de un millón de poblanos vive y trabaja en Estados Unidos.
En Jomulco, Zacatecas, el viento silba. Es lo único que se escucha en las calles terregosas donde ese sonido es interrumpido ocasionalmente por el cacareo de alguna gallina. Aquí viven apenas 20 personas.
El tiempo se detiene y sólo se sabe que es domingo porque es el día que llega el cura a abrir la iglesia.
En esta comunidad, ubicada a 8 kilómetros de la cabecera municipal, don Miguel se dice feliz mientras descansa debajo de un árbol y el polvo le forra la cara.
“Esa casa de ahí está sola. En la casa de allá no hay nadie. Todo ese barrio para allá está solo. Esas otras tres casas están solas, abandonadas.
“El rancho está solo”, así describe Miguel Dorado Aguilar lo que ve en su pueblo.
En los años 20, aquí había unas 400 familias. Hoy si hay 20 personas son muchas. Todos se fueron a Estados Unidos y allá nacieron las siguientes generaciones.
“Aquí la gente toda es pobre, no tiene modo de que tuviera un negocio. La única tiendita es ésa -dice señalando un local enrejado: Abarrotes Tavo- y todo el tiempo está cerrada. No hay quien compre”.
La quietud se rompe de pronto. De la casa de la familia Acevedo Aguilar, marcada con el número 3, una de las cinco viviendas habitadas, sale una voz que sigue a la de Vicente Fernández a todo volumen.
La gente de Jomulco vive en Texas, California y Nebraska. La mayoría inició el éxodo décadas atrás, como don Miguel, quien en 1963 aprovechó el programa bracero y forjó su futuro al estilo gringo.
“Nos fuimos buscando la vida a Estados Unidos porque aquí no hay de qué vivir. Hay agricultura, pero no da para mantenerse”, dice.
A sus 72 años, ahora con su pensión estadounidense, don Miguel viene al menos dos veces al año a su Jomulco para respirar aire fresco y olvidarse del ajetreo de la ciudad, sus ruidos, los carros, el estrés. Sus dos hijos y nietos lo esperan en San José, California.
-¿Cómo pasa el tiempo aquí?
“Así como me ve. Me voy a ese arbolito, me quedo un rato, me voy al otro, camino y me regreso a la casa de mi sobrina. Me gusta venir aquí, a veces estoy un mes, 6 meses o nomás ocho días, depende de si mis hijos me dan para el pasaje y mi ánimo”.
En el paisaje jomulqueño, un buey custodia una casa abandonada.
“En todo el rancho quedan dos, tres animales, no se ajusta para levantar suficiente comida para ellos”, dice Josefina, una mujer de 50 años, sombrero de palma y pocas palabras.
Desde hace siete años que falleció su padre vive sola. Sus hermanos y sobrinos están en el otro lado. Ella nunca ha ido a la tierra de Barack Obama y no piensa ir. Prefiere quedarse en la cocina, y si llueve, usar el arado y ponerse a sembrar.
“Me gusta cocinar mis frijoles y chile rojo con carne”. Así pasa el tiempo. Y los domingos, si llega el sacerdote, acude a misa.
Atrás de la capilla luce en el muro de una de las tantas viviendas abandonadas la pintura de un caballo entre árboles parecidos a los del rancho.
“Aquí no hay animales, por eso los pintan”, bromea Salvador Llamas, migrante que por 19 años trabajó en restaurantes de California, primero lavando trastes y después como chef. (Zacatecas, Zacatecas)



Toca a las mujeres superar dificultades
Adela y su nieta Karina Félix sufren en carne propia los conflictos que arrastra la migración.
La mujer, ahora de 70 años, tuvo un hijo que se fue a vivir a Estados Unidos y por años vivió sola en la comunidad de Los Haro. Ahora se hace cargo de su nieta, a quien trajo a vivir a México luego de que los padres de la menor murieran en un accidente.
Al duelo de perder un hijo se suma la incertidumbre de sacar adelante a una adolescente.
“No tengo para arreglar sus papeles. Me dicen que ella tiene derechos porque nació allá, pero aquí sola no sé cómo hacerle”, narra.
Sentada a la sombra de un árbol con gesto adusto, de rostro arrugado, doña Adela lamenta que el apoyo oficial no llegue a estas comunidades.
“Nos quitaron el 70 y más y no sabemos qué vamos a hacer, porque hay días que no tenemos ni para las tortillas”, dice.
Para sobrevivir, la mujer vende tamales.
Su nieta anhela que Estados Unidos, el país donde ella nació, la ayude.
“Yo sí me quiero regresar pero no quiero dejar sola a mi abuela porque aquí no hay nadie que le ayude”, dice Karina, quien luego muestra las cicatrices que le dejó el accidente en el que murieron sus padres.

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