La II Guerra Mundial no fue una catástrofe natural

El acuerdo con Corea del Sur es un avance pero Japón está lejos del reconocimiento pleno de su responsabilidad en el conflicto

Tokio, Japón

El santuario Yasukuni, en Tokio, es un plácido espacio verde, en el que se impone el silencio y el recogimiento. Alberga, según la tradición, las almas de 2.5 millones de soldados japoneses muertos en nombre del emperador en diferentes conflictos. Entre ellos se encuentran varios criminales de guerra, de los cuales 14 fueron juzgados por la justicia internacional. Dentro del santuario sintoísta hay además un museo sobre la historia militar de Japón, que ofrece una visión del pasado en el que las víctimas de las atrocidades del imperialismo japonés, como las esclavas sexuales coreanas, ocupan un espacio mínimo. Un museo y un santuario parecidos en Berlín serían inconcebibles y desatarían un escándalo internacional.

El periodista e historiador holandés Ian Buruma escribió un libro titulado El precio de la culpa (Duomo) en el que, después de recorrer escenarios de la II Guerra Mundial en Europa y en Asia, trata de comprender el abismo en la forma de enfrentarse al pasado que separa a Japón de Alemania. Los dos países del Eje cometieron incontables atrocidades en los territorios que ocuparon. Aunque Tokio no fue responsable de algo parecido al exterminio del pueblo judío, los crímenes del Ejército japonés en China, como la matanza de Nankín en 1937, tienen muy pocos equivalentes en la historia moderna por su crueldad y magnitud. Sin embargo, los dos países también sufrieron la destrucción total en forma de bombardeos masivos, como el de Tokio, que arrasó completamente la ciudad en la noche del 9 al 10 de marzo de 1945 o los únicos ataques atómicos de la historia, contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.

“Los bombardeos atómicos distorsionaron la cuestión de la responsabilidad japonesa porque hicieron aparecer todo el desastre de la II Guerra Mundial como otra catástrofe natural, una especie de terremoto gigante, más que como una historia de locura humana en la que los japoneses estuvieron implicados”, escribe Buruma. En su libro, mantiene que no se puede encontrar la explicación en la vieja teoría de la culpa alemana frente a la vergüenza japonesa, sino en algo mucho más político: mientras que en Alemania se rompió totalmente con el pasado, en Japón, pese a la ocupación estadounidense, la misma élite se mantuvo en el poder. El historiador Francis Pike, que publicó este verano La guerra de Hirohito (1941-1945), sostiene una tesis muy parecida y afirmó en un artículo que la “ofuscación” de Hirohito en no pedir perdón públicamente “está plenamente reflejada en la historiografía japonesa moderna”.

El acuerdo que acaba de firmar Tokio para reparar a las esclavas sexuales, al igual que las palabras del primer ministro Shinzo Abe en el 70 aniversario de Hiroshima, son un testimonio de que la visión del pasado está cambiando. Pero incidentes como la reciente amenaza de Japón de retirar los 28.5 millones de dólares que aporta a la Unesco por un desacuerdo con China sobre la matanza de Nankín demuestran que el reconocimiento pleno del horror sigue demasiado lejos.